Jerónimo Coste

Oriundo de Saint-Pierre-la-Bourlhonne, diócesis de Clermont (Francia), de nuestro colegio La Salle de Almería (España), fallecido el 2 de septiembre de 1953, a los 79 años, a los 51 años de vida religiosa y a los 42 de profesión perpetua.

Es un auvernés de estatura baja, ojos azules, tez clara y que se sonrojaba fácilmente. Recibió su formación lasaliana en Clermont-Ferrand, de 1891 a 1896. Persona inteligente, amante del estudio, obtuvo su título de maestro y su diploma de catequista. Luego empezó con la enseñanza impartiendo clases en Limoges durante tres años. En 1901, está en Corrèze; y uno de los supervivientes de esta lejana época nos lo presenta en términos muy simpáticos: “Vivaz, alerta, avispado, se entregaba en cuerpo y alma a su misión educativa. Con un maestro tan ampliamente implicado, sus alumnos no vagabundeaban: había que andar, y se andaba, con esfuerzo, sin duda, pero también con alegría… Estamos en los sombríos días de la persecución *combista. En Corrèze, frente a la escuela de los hermanos, se encontraba la escuela denominada neutra, que ellos (los Hermanos) trataban de “neutralizar”; y lo conseguían a fuerza de devoción, de ingenio y de valía profesional. La casi totalidad de los niños venían a nuestra escuela, y el hermano Jerónimo Jean estaba orgulloso de ello: sentía sus fuerzas decuplicadas (multiplicadas por 10) para seguir con el buen combate, tuvo que dejarse el pellejo…” Al joven hermano le gustaba aprovechar los jueves para hacer buenas caminatas por el campo y dar rienda suelta a su gusto, ya muy marcado, por la botánica.

Pero estamos en 1904 y no eran momentos para botánica: desde julio, 800 de nuestras escuelas habían sido cerradas, … Para poder seguir con una vida religiosa íntegra, no solamente en cuanto al fondo sino en cuanto al hábito lasaliano, nuestro hermano cruzó los Pirineos y vino a España a continuar su apostolado. La decisión fue generosa, sin intereses ocultos: en 1940, escribirá: “Hace más de 28 años que no he vuelto a mi país; he renunciado incluso a volver a ver a mis seis Hermanos …”

Antes de abandonar Francia, el hermano Jerónimo Juan sigue, en Thillois, los Grandes Ejercicios de Profesión Perpetua de 30 días, revitalizando fuertemente el espíritu de su condición de hermano. Más tarde, volverá en reiteradas ocasiones al Reglamento de vida que se trazó entonces, y cuya huella lo marcó profundamente “al religioso ejemplar, tallado de una pieza, convencido”, del cual hablan los que lo conocieron bien.

En cuanto aprendió suficiente castellano, se le envío a Asturias, a nuestro colegio de Gijón. En 1914, está en Madrid, en el colegio de las Maravillas. La adaptación fue rápida. Sin embargo, el aire de la gran ciudad desagrada a esta naturaleza enamorada de las visiones campestres, y que vibra como un arpa ante la belleza de una flor. Necesita los amplios horizontes y las montañas, la flora de los bosques y de los valles. El Hermano Jerónimo recibirá pronto una obediencia para Lorca, en la provincia de Murcia, país de sol y de naranjos, de huertas y jardines interminables, bordeado de altas montañas cuya frondosidad, muy pronto, no tuvo ningún secreto para él. La comunidad de Lorca, al estar bastante alejada del centro del distrito, se sentía muy unida, y que quizás por ello, tuvo que ser exterminada completamente por los enemigos de Dios. Sus cinco hermanos tuvieron que aceptar la palma del martirio, el 18 de noviembre de 1936.

Por entonces nuestro Hermano se encontraba en el colegio de la Salle de Almería. Al llegar allí, en 1930, comprendió rápidamente los sacrificios que podían serle demandados, y le hizo al señor esta generosa ofrenda: “Tú lo sabes, Dios mío, me someto a todo lo que me ordenes”. Fue en Almería donde el Hermano Jerónimo Juan dio muestras de su total entrega durante 25 años, interrumpidos solamente por la Guerra Civil (1936-1939). También padeció esta ciudad la furia de los revolucionarios, y siete miembros de la comunidad figuran entre los 165 mártires de España. Nuestro Hermano guardaba el recuerdo dantesco de los primeros días de esta escalofriante época… Menos mal que para él, su condición de francés le permitió refugiarse en el consulado de su país, desde donde pudo llegar a Argelia.

Reside en El Biar, y luego en Casablanca, a la espera de su regreso a Almería. Pronto le llega la orden de dirigirse a Melilla, en el Marruecos español. “Buen religioso y maestro celoso como lo sois”, le dijo el Hermano visitador Salvador Bruno, “me hubiese gustado conservarle en mi distrito; pero me inclino respetuosamente ante la decisión de los superiores, a la vez que le agradezco cordialmente sus buenos y abnegados servicios”.

El Hermano Jerónimo presenta su pasaporte en la frontera marroquí y declara que es Hermano de las Escuelas Cristianas en el colegio La Salle de Almería, que ha abandonado España durante los acontecimientos de julio de 1936.…  Pero estamos en guerra, con todas sus desconfianzas y sus precauciones. Sin embargo, nuestro hermano es un civil y los que montan guardia, una sección de la falange, en su mayoría alumnos de nuestro colegio de Melilla, exigen pruebas. Así que le preguntan sobre Almería, sobre los Hermanos que están allí, sobre el acontecimiento de julio… Eso no es todo: le hacen al interesado un examen de religión, el último, sin duda, para nuestro hermano:  las principales oraciones, Historia Sagrada, Evangelio, doctrina cristiana… Solo entonces, se declaran satisfechos. Le facilitarán incluso su salida para Melilla. ¡Cuánto sabían de religión estos jóvenes falangistas, antiguos alumnos del colegio Nuestra Señora del Carmen! ¡Cuánto honor hicieron a sus maestros! Dirá más tarde el Hermano Jerónimo contando esta aventura.

En Melilla, hubo, entre los hermanos, una gran sorpresa y gran alegría a la llegada de este “señor”. Durante dos años, nuestro Hermano se mostró como un modelo de devoción, de humildad, de espíritu de sacrificio y de regularidad. Luego, regresó a Almería donde se entregó a nuestro colegio de La Salle hasta su muerte. A sus funciones de profesor, añadió pronto las clases de ciencia y de francés en el Seminario diocesano durante casi 25 años.

¡Observémoslo más de cerca! El Hermano Jerónimo era un alma abierta a todo lo grandioso, lo noble y lo bello. No escatimaba alabanza a quien lo merecía. Profundamente sincero, odiaba el disimulo, los rodeos y todo lo que no era rectitud. Amigo del orden, de la limpieza, del aire libre, colma de cuidados a los libros y al instrumental de laboratorio que utiliza; odia el polvo y los espacios cerrados.

Hay quien lo habría querido más comunicativo, así como más accesible, para que su entorno pudiera beneficiarse más de las riquezas acumuladas por su trabajo prolijo. Sí, es cierto, el exterior parecía un poco tosco, pero, ¡cuán delicada era el alma y de cuánta valía moral! Era incluso un alma timorata: “Excelente cosa para usted”, le habría dicho un confesor, “porque ella os evita las faltas leves”.  Uno puede no compartir totalmente esta opinión: en cualquier caso, esta conducta fue quizá el principio de una reserva extrema, incluso durante los recreos, para evitar las faltas a las que uno es tan proclive. “Reservado en todo”, leemos en sus notas, “silencio y caridad hacia todos”.

La labor del Hermano Jerónimo fue considerable, en concreto, en ciencias naturales y es una pena que no haya tenido continuador. ¿Creía, por modestia, que esto no interesaba a nadie? Era más bien todo lo contrario y era admirado tanto por su ahínco en el trabajo como por su extraordinaria competencia. Su esfuerzo le permitió adquirir conocimientos en muchos ámbitos: en latín, inglés, alemán, música y, sobre todo, geología y botánica. Con la avidez de un avaro preocupado por perder cualquier moneda de oro dedica el más mínimo tiempo libre a este enriquecimiento del espíritu. En otros tiempos lo había guiado en su gusto por las plantas y las flores, el célebre Hermano Sennen, cuyos trabajos y renombre permanecen inolvidables. Pero es en Almería donde el Hermano Jerónimo hizo de la botánica su especialidad preferida. El medio se prestaba a ello, ya que, “respecto a la flora, la provincia de Almería es la más interesante de España”, escribía a nuestro Hermano el doctor Font y Quer, ilustre botánico de Barcelona.

Provisto de los permisos necesarios, que hacía renovar periódicamente al Hermano Asistente, emprendió largas excursiones con su bastón de herborizador en la mano y su caja en bandolera. A menudo volvía cargado de un rico botín de plantas y de minerales. Normalmente se marchaba solo. “¿No podría haber llevado consigo un compañero?”, sugería su Superior, pero, como hemos visto, el carácter de nuestro botánico se prestaba poco a ello.

En casa, todas estas recolectas se acumulaban en un orden relativo esperando la clasificación. Luego las plantas se preparaban bien para el herbario del Instituto de aclimatación de Almería, con el que el Hermano Jerónimo colaboraba, bien para otros centros que se lo pidiesen. Se escribía con varios botánicos de Barcelona que le invitaron, en 1945, a trabajar para su instituto; nuestro hermano aceptó. El Instituto de Aclimatación de Almería había tomado el relevo del “Consejo Superior Investigaciones Científicas”; así fue como nuestro botánico formó parte de esta organización que agrupa a las personalidades más ilustres.

El director del Instituto botánico de Barcelona y su colega el doctor Font i Quer, estaban muy interesados por la actividad del Hermano Jerónimo. Éste les enviaba el fruto de sus herborizaciones, sea para completar sus colecciones, sea para identificar ciertos especímenes. Sus corresponsales le solicitaban plantas, semillas… ya que se trataba normalmente de especímenes muy raros y muy buscados.

Cierto día, el Hermano Jerónimo envía al doctor Font i Quer un espécimen particularmente interesante. “Creo que es un “Teucrium híbrido”, puntualizó.

“-Exactamente”, responde el especialista; “y le felicito por este feliz hallazgo. Como preparo un trabajo con motivo del centenario del ilustre botánico español Cavanilles 1946, le propongo designar a esta planta nueva como el Teucrium cavanillesianum, para que lleve nuestros dos nombres”: Coste y Font.

Este mismo botánico barcelonés le pidió otra colaboración: contribuir a la gran empresa de la “Flora hispánica”. Estamos en 1954 y el Hermano Jerónimo, ya en el declive de su carrera, se prestó rápidamente a ello con su acostumbrado entusiasmo. El trabajo era su vida… Los honores, las distinciones le traían sin cuidado.

Es muy difícil evaluar con exactitud todo el trabajo realizado por nuestro Hermano. ¿Fue el tiempo o las ganas lo que le faltó para poder organizar y sistematizar esta ingente documentación? ¿Quien puede saberlo? El Hermano Jerónimo deja un gran número de notas dispersas; pero, sin duda, solo él estaba capacitado para aprovecharlas al máximo. ¿Por qué este carácter tan especial, que nunca le permitía asociarse a uno o varios Hermanos para poner en valor estos tesoros? Es tanto más lamentable cuanto el querido difunto contaba con gran estima entre la comunidad. Todos convienen en afirmar que la tosquedad de su naturaleza era puramente superficial. Si alguien acudía a él solicitándole una explicación o cualquier ayuda, el Hermano Jerónimo se ponía inmediatamente a su disposición, con una complacencia totalmente fraterna y una competencia que todos admiraban.

En clase, como maestro, manifestaba el mismo entusiasmo que en su trabajo personal; pero dominaba penosamente su mundo. De ahí el nerviosismo, la impaciencia que se esforzaba en combatir con el examen particular. Tal fue la cruz de este profesor eminente, que preparaba sus lecciones con un cuidado minucioso, y que se preocupaba sobre todo del bien de las almas… No tuvo el consuelo de constatar la eficacia de su apostolado. El bien hecho fue, sin embargo, real; y como cierto alumno declaró varios años después de su salida del colegio: “en la clase del Hermano Jerónimo, nos divertíamos, cierto, pero no se pecaba”.

Esto es porque el maestro ejercía una vigilancia activa y porque en sus exhortaciones, insistía en las grandes verdades cristianas. Tenía a gala formar a los alumnos en la oración, e incluso en la oración mental. “Yo les explicaré la manera de orar, escribió; les indicaré una serie de temas básicos”. Le gusta citar ejemplos impresionantes; este entre otros: Durante la visita a una fábrica, un alumno se acerca demasiado a una máquina; en un instante quedó atrapado en ella y aplastado. Pues bien, uno de sus compañeros estaba especialmente afectado. ¿Por qué motivo? Se le preguntó: “¡Ay!, es que me ha confesado, hace un momento, el pecado grave que había cometido. ¡Temo que se haya condenado! “Siguiendo el ejemplo de los santos, el Hermano Jerónimo estaba continuamente preocupado por evitar el pecado. Alguna vez pudo expresar algunas reservas como Hermano y profesor. Como religioso, el elogio es unánime. He aquí un testimonio: “El hermano Jerónimo era piadoso. En la capilla, se le veía únicamente atento a la recitación de las oraciones, que las decía pausadamente, devotamente. Además, estaban sus profundas genuflexiones, sus grandes signos de la cruz”. Esta piedad florecía gracias a una intensa vida interior, que profundizaba en la oración de la mañana “bien preparada y valientemente hecha, así como por la presencia de Dios acompañada de frecuentes jaculatorias del rosario.

Todo esto era herencia de sus Grandes Ejercicios hechos en Thillois, en 1904: “que la primera acción de la jornada sea hecha bajo la mirada de Dios, por la generosa entrega de mi corazón a este soberano Señor, y una atención continua al tema de meditación”. Asimismo, el Hermano Jerónimo hace generosamente el examen particular y lo sanciona con vigor, incluso con el uso de una cadena de hierro. Pero su principal penitencia reside en el cumplimiento del deber y en un trabajo encarnecido: “sufrir, trabajar y rezar constituyen los tres pilares de mi vida religiosa”, escribió. Y se anima con el pensamiento que “el cielo es el precio… “

Entre sus devociones, mostraremos la del rosario, piadoso homenaje que ofrece a lo largo de todos los días a la Santísima Virgen. Que va al seminario a dar clase, o sale por la ciudad para cualquier cosa, el desgrana el rosario por las calles. Incluso los días de paseo y durante las charlas, es fiel al rosario. En alguna de estas ocasiones, los Hermanos se preguntaban a qué hora se iba a recitar el rosario. “Personalmente, declara el Hermano Jerónimo, esta cuestión no me preocupaba: las 15 decenas ya están rezadas”.

Era muy comentado, en Almería, la manera en la que nuestro Hermano practicaba las virtudes religiosas. Su pobreza se hizo proverbial. Su ropa interior daba lástima de tanto remendarla. Lo que ya nadie quería era bueno para él, y pedía permiso para utilizarlo. ¡Cuántas veces había pedido permiso para ello este auténtico religioso! Y para las menores cosas… Y me basta con este testimonio dado por los más santo de los Hermanos, el Hermano Miguel y otros tantos… Pobreza en el hábito, pobreza en su comida, pobreza en sus desplazamientos que prefería hacer andando, los ojos bajos, con el rosario en la mano… Pobreza en sus trabajos científicos, para los que se servía a veces de un material de fortuna. Habiendo recibido algunos trozos de ropa de excelente calidad, se los devolvió al Hermano subdirector para la comunidad: “no los necesito”, dijo.

Pobreza y humildad son dos hermanas que se llevan bien. Nuestro Hermano era humilde hasta el punto de no hablar nunca de él, ni de sus trabajos, ni de sus hallazgos o de sus conocimientos científicos, ni de su país o de su familia… cómo nos hubiese gustado verlo hablar con alguien, contarle algo sobre estos temas, pero él los rodeaba con un muro de silencio. Este gran trabajador, era, en efecto, un gran taciturno; en la sala de comunidad y en los pasillos, ni una palabra.

Ni siquiera durante los recreos – lo que, por otra parte, no era de alabar -. El Hermano Jerónimo hablaba muy poco o nada en absoluto. ¿Era por miedo a herir la caridad o humildad? Es muy probable. Tanto más lamentábamos esta excesiva reserva cuanto que, si se le ocurría tomar la palabra, ella era muy interesante. Sabía bromear y aplaudir con alegría a los jóvenes. Su obediencia recordaba la simplicidad, la espontaneidad de un niño.

No solo no se permitía nunca la menor crítica, sino que le bastaba saber que una cosa era ordenada por el Hermano Director para aceptarla plenamente y sin discusión. En cuanto a su caridad, ella no tenía ciertamente nada de endulzada, sino que era profunda y sincera. Ella brillaba con toda su luz cuando fue designado como enfermero, en el colegio de Almería. El Hermano Jerónimo se entregaba completamente a sus enfermos, y no ahorraba para ellos ni en cuidados ni fatigas. “Durante dos largos meses, cuenta un testigo, me cuidó durante una grave enfermedad. Era un periodo de excesivo calor, y se entregó completamente a su enfermo, a pesar del trabajo agotador, y sin esperar el menor reconocimiento ni agradecimiento… “Tal era el hermano del que se ha podido decir que, exceptuando algunas torpezas que le perdonamos de muy buen grado, fue una persona edificante.

Incluso a los 78 años, conservaba una salud robusta y su infatigable actividad. Con un paso rápido y enérgico, seguía haciendo largas caminatas cruzando las sierras en busca de plantas y de minerales. Y, de repente, a mitad de mayo de 1955, el corazón presenta síntomas inquietantes y, nuestro anciano solicita él mismo los últimos sacramentos, que recibió muy piadosamente. El enfermo se debilitó poco a poco, pero sin testimoniar ningún miedo: “Yo veo la muerte con toda tranquilidad”, dijo.” Pero, ¿qué deben sentir en este momento los que dieron la espalda al buen Dios? “.

Él, que había rogado tantas veces al Señor poder “trabajar hasta el final”, se veía abocado a la dependencia; y esta fue su mayor pena. La mañana del 2 de septiembre se apagó dulcemente, tras haber recibido una última absolución.

Mientras toda la comunidad rezaba la plegaria de los agonizantes, el querido moribundo, que parecía privado de conocimiento desde hace algunas horas, apretaba fuertemente, en su mano derecha, el crucifijo de su Profesión Perpetua. Mantuvo esta actitud hasta su muerte; y se quiere ver en ello una manifestación suprema del amor de Dios, así como una santa muerte, gracia que solía solicitar en primerísimo lugar, durante sus retiros. A los funerales asistieron muchos clérigos y una numerosa multitud. El boletín oficial de la diócesis de Almería publicó el elogio fúnebre del difunto; citemos algunas líneas:

“Por su espíritu profundamente religioso, su rigor, su afabilidad, por el estricto cumplimiento del deber y su infatigable actividad, el Hermano Jerónimo Juan se había hecho de querer y respetar por todos. Dado su largo profesorado en el Seminario, muchos de los clérigos extendidos por toda la diócesis se acordarán de él con reconocimiento y religioso afecto”.

NT:*combista: de Émile Combes, partidario de la laicidad del Estado y la separación de Estado- Iglesia.